Dejar la casa

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Tegucigalpa se va quedando atrás, convertida en una pequeña línea de montañas que se desdibujan allá lejos de la ventana del bus. Así se va quedando atrás cada pedacito de país que recorro hasta llegar de noche a la frontera donde una mujer me pide el pasaporte y me pregunta si estoy enojado. «¿Enojado?» me pregunto a mi mismo, y no sé qué responderme, la mezcla de emociones es confusa y sin duda hay algo de enojo en ella, pero no sé si en este momento sea lo que predomina. La mujer me pregunta donde vivo y le respondo que de momento no vivo en ningún lado, respuesta que a ella no le hace nada de gracia porque es tarde y solo quiere despacharme para volver a su celular o lo qué sea que estaba haciendo antes de que yo llegara a molestarla. Termino el tramite que ya es rutina y salgo de la oficina de migración. Afuera, en el pasillo, un par de militares han dispuesto unas sillas plásticas frente a un viejo televisor. La precaria iluminación que provee el aparato me permite distinguir los rostros absortos de un par de muchachos que bien podrían haber sido compañeros de colegio de mi hermano, un par de muchachos que bien pudieron ser cualquier otra cosa, pero que hoy son los peones armados que se han vuelto insignia de la oscura comedia a la que llamamos gobierno. Paso junto a ellos y me dirijo hacia la caseta de migración de Guatemala, pensando en mi hermano y pensando en mi papá y mi mamá que seguro estarán preocupados de no tener aun noticias mías. Un señor de bigote me pide el pasaporte y mis boletas, me pone un sello más en el pasaporte y me desea buen viaje como autómata. Me subo al bus y espero arrancar. Poco a poco es Honduras la que ahora se desdibuja como un montón de lucesitas que van palideciendo en mi ventana que comienza a acumular gotas de una tímida llovizna. Me pregunto como será dejar atrás un país tranquilo, un lugar de esos donde nunca pasa nada demasiado terrible. Me pregunto si será más fácil irse cuando se sabe que al regresar todo estará mas o menos igual, que tu familia y tus amigos van a estar bien a no ser que algo totalmente fuera de lo común suceda. Dejar Honduras atrás es siempre viajar con una maleta extra para la incertidumbre. En la memoria cargo tan marcadas como pueda las sonrisas de mi abuelo y mi papá, el color de los ojos de mi mamá, el abrazo de mi hermano en la madrugada antes de irme, a mis amigas en un cuarto bailando al calor del tequila, a Esteban y Owen tan grandes y tan complejos. Hay que besar hasta el ultimo centímetro de la tierra que se deja atrás, porque de un día a otro podría desaparecer por completo. 

Me voy ahora como siempre, con la seguridad de que nunca sabré cómo irme.

Mad Max

«No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad. Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro. figúrate una bota aplastando un rostro humano… incesantemente» – 1984, George Orwell

En Honduras quienes producimos arte lo hacemos desde la precariedad y enfrentando la hostilidad absoluta. No hay salas de conciertos, no hay galerías, no hay teatros, no hay escuelas de arte. Los escasos espacios existentes se encuentran en el abandono, buscando desesperadamente formas de sobrevivir. El Estado Hondureño, desde cualquiera de sus manifestaciones, ha brillado siempre por su ausencia excepto cuando toca mandar a alguien a aparecer en la foto. Ahora sin embargo un grupo de mentes brillantes en la municipalidad de Tegucigalpa, un grupo de prodigios que seguramente jamás ha puesto un pie en un concierto que no fuera de Arjona y que no tiene idea de como se ve una sala de exposiciones ha decidido que los y las artistas nos hemos estado llenando las bolsas de dinero descaradamente por demasiado tiempo.

«Honduras es la tierra de Mad Max» me dijo en cierta ocasión alguien. Ciertamente puedo decir con horror que Tegucigalpa pareciera haber salido de la más descabellada distopía imaginable. Una ciudad gobernada por el miedo que se mueve a un ritmo dictado por la muerte, una ciudad donde parece que hay más guardias de seguridad y militares que niños y niñas en las escuelas. Una ciudad donde el ultimo ladrón que pasó por la alcaldía, el ahora designado presidencial Ricardo Álvarez, dejó a la municipalidad endeudada hasta los calzoncillos pero en lugar de ser perseguido por la justicia se la pasa perdiendo el tiempo tirándose baldes de agua helada sobre la cabeza (#icebucketwhatever) mientras los y las artistas somos perseguidos/as y hostigadas/os en la búsqueda por sacar dinero de dónde no existe para pagar deudas que tienen nombre y apellido.

10 mil lempiras se deberán pagar si se quiere impartir talleres, reventando proyectos como el de la Escuela Experimental de Arte, que con su programa Nómada aparte de los 10 mil lempiras para poder brindar talleres gratuitos a jóvenes artistas emergentes deberá pagar 5 mil lempiras más para poder montar la muestra que caería (imagino) como «Presentación de obras artísticas».

Según las iluminadas personas que trabajaron este decreto (o como sea que se llame este tipo de mamotreto legal) el rango de precios de las entradas a un concierto de artistas nacionales va de los 1000 a los 2000 lempiras. Obviamente nunca han visto como la gente se devuelve a la entrada de un toquín cuando escuchan que la banda está cobrando 100 lempiras por entrada. Obviamente no comprenden que hay que cubrir el costo del sonido, acordar el beneficio económico para el local y (por ultimo) ver si queda algo para la banda.

Quizá debiésemos retomar la idea que alguna vez me planteó la poeta Mayra Oyuela: «Vamonos todos y todas y que esta ciudad de mierda se quede sin artistas». O nos vamos, o desaparecemos, o nos pasamos a la clandestinidad. Que llenen las cárceles de artistas, a ver si así de una vez las podemos convertir en museos y centros culturales, y no en basureros o estacionamientos.

«Si nos volvemos incapaces de crear un clima de belleza en el pequeño mundo a nuestro alrededor y sólo atendemos a las razones del trabajo, tantas veces deshumanizado y competitivo, ¿cómo podremos resistir?» – La Resistencia, Ernesto Sabato

Nómada 04: arte en crisis

Fotografía prestada del instagram de otowilches (google him)

«De lo convencional se gusta sin criticar, mientras se critica con disgusto lo que en verdad es nuevo»- Walter Benjamin

En su introducción al libro La otra tradición Adán Vallecillo señala la inexistencia de los incentivos fundamentales para impulsar la creación artística en Honduras. Vallecillo escribió dicha introducción en 2009. 5 años han pasado desde entonces, 5 años en los que 4 hombres distintos han ocupado la posición de presidente del país, 2 veces hemos ido a elecciones a punta de fusil, alrededor de 12 personas han muerto violentamente cada día en Tegucigalpa durante cada mes de cada uno de esos 5 años. Hoy Honduras no solamente carece de los incentivos necesarios para hacer arte, sino que carece de las condiciones necesarias para vivir. Mi ciudad se ha convertido en un vacío indescifrable.

¿Cómo se crea, se discursa y se propone desde esta crisis? No podemos ignorar el punto de inflexión que el golpe de Estado de 2009 representa. El recrudecimiento de la violencia estructural y todas las condiciones generadas por el clima de incertidumbre, militarización y represión que ha ahogado al país durante los últimos años han tenido un eco inevitable en la producción artística en todos sus aspectos. Desde quienes decidieron tomar posiciones absolutamente militantes hasta quienes prefieren aislarse en una burbuja desconectada de la realidad, no podemos disociar la crisis de nuestra producción.

Ante el estrangulamiento que vivimos por parte de un entorno cada vez más hostil la respuesta ha sido un torrente de producción que no parece que vaya a agotarse pronto. Sin embargo este efervescente surgimiento de creadores y creadoras ha sido como un grito abrumador al que no hemos prestado suficiente atención para entender exactamente lo que se está diciendo.

Cada vez hay más fotógrafos/as, ilustradoras/es, bandas, videoartistas, cineastas y otros creadores improvisados. Esto debido a que los avances tecnológicos han representado una relativa democratización del acceso a la creación pero desde luego esa aparente facilidad de acceso tiene un fuerte componente de clase. Estamos viviendo un surgimiento de artistas de las clases medias, en su mayoría estudiantes de universidades privadas con una visión sumamente entusiasta del arte. Todo les parece bueno y ven con recelo la teoría y la critica. Si bien su impulso, su entusiasmo y la mayor facilidad de acceso a equipo les permiten una producción de cierta calidad técnica, en muchos casos nos encontramos con grandes vacíos en el contenido. Muchas y muchos de los artistas que gravitan en esta órbita son artistas de facebook, es decir, crean para recibir «likes», su reflexión se queda en los muros virtuales. Sin embargo es necesario notar que este grupo de artistas emergentes ha traído consigo a un nuevo público y ha generado nuevos espacios que pese a su precariedad son esfuerzos que debemos notar. El problema es que esta ola de producción masiva y poco reflexiva ha impuesto un ritmo y una concepción de la figura del artista que dificulta aún más generar las condiciones apropiadas para la profesionalización del medio. Tanto entusiasmo sin ningún tipo de canal para conducirlo a buen término resulta también dañino, pues nos encontramos ante una generación de artistas que toman la primera idea que tienen y la llevan inmediatamente al papel y luego al muro en facebook donde todo, absolutamente todo es celebrado. Esta mentalidad marcada por el cliché del arte por el arte, el hacer porque me gusta y a mis amigos y amigas les gusta es indudablemente una válvula de escape para un grupo de personas que se ve tan desbordada por la realidad del país en que viven que prefieren eludirlo.

Por suerte también existen quienes han decidido encarar la realidad y hacer algo al respecto. Quienes ante la crisis se han esforzado por crear un cambio en las condiciones. Particularmente destacable es el trabajo realizado por Léster Rodríguez y Lucy Argueta con la Escuela Experimental de Arte (EAT), que acaba de concluir con el cuarto ciclo de su proyecto central: Nómada 04.

Posiblemente yo haya sido uno de los peores detractores del trabajo de la EAT en un principio. Y si bien no puedo decir que me arrepienta porque me divertí mucho a costa de Argueta y Rodríguez, debo decir que su trabajo, disciplina y constancia poco a poco me fueron mostrando la importancia de lo que hacían. Eventualmente fui madurando y para la segunda edición de Nómada decidí apuntarme al programa. Fue la mejor decisión que pude haber tomado. Dejar la comodidad que brinda el desdén y el rechazo del análisis serio, la investigación y el proceso no es fácil, significa exponer todas nuestras debilidades y darnos cuenta de que todos los «likes» del mundo no nos convierten en artistas. Porque en el mundo real, fuera de la complacencia de Tegucigalpa, somos inexistentes.

Un paso a la vez, la escuela se convirtió en la vanguardia del arte contemporáneo en el país. Pese a todos los reveses sufridos, Nómada se ha consolidado como un programa de formación excepcional, donde cualquier persona con deseos de incursionar en el mundo del arte tiene la oportunidad de dialogar con algunos de los más importantes artistas de la región, conocer referentes, aprender historia del arte, crítica, elaboración de portafolios, arte y género, etc. Tras meses de acompañamiento cada participante produce una pieza para la muestra final, que siempre tiene resultados variados, en la que cada estudiante es tratado con el respeto y la seriedad debidos.

Ahora es cuando todos y todas deberíamos poner los ojos en lo que la EAT ha estado haciendo, y apoyar este proyecto en lo que sea posible. Tras tres años trabajando con un grupo más o menos regular de artistas emergentes, Nómada 4 marca, en mi opinión, una nueva etapa en el trabajo de la escuela. A comienzos del año, lastimosamente, la sede de la EAT fue asaltada dando un fuerte golpe al proyecto. Sin sede y habiendo perdido las posibilidades materiales que con mucho trabajo se habían logrado conseguir, Nómada una vez más se movilizó a una sede temporal y se replanteó el proyecto. Los y las participantes, rostros nuevos en su mayoría, recibieron talleres con Gustavo Larach, Simón Vega, Pablo Ramírez, entre otros. Con un presupuesto de apenas mil dólares, y echando mano de las solidaridad producto de las excelentes relaciones que han cultivado en la región durante sus carreras, Argueta y Rodríguez han logrado montar una muestra que opacó completamente la Bienal hondureña realizada hace unos meses. Junto a los once nómadas, en el MIN actualmente pueden apreciarse piezas de Adán Vallecillo (Honduras), Andrés Asturias (Guatemala), Guillermo Vargas Habacuc (Costa Rica), Alejandro de la Guerra (Nicaragua), Pilar Moreno (Panamá), Regina Galindo (Guatemala) entre otros y otras importantes artistas de Centroamérica.

La EAT y particularmente la plataforma Nómada han sido el punto de arranque de las carreras de una nueva generación de artistas como Cesar Chinchilla, Alejandra Vaquero, Pavel Aguilar y Claudia Bardales. En esta edición nos encontramos con los primeros pasos de personas como Josué Osorio cuya propuesta de videoarte me pareció honestamente genial o Roberto Amendola que decidió dar el salto de espectador a actor y lo ha hecho con bastante firmeza. También regresan un par de rostros conocidos como Alejandra Vaquero con la que es mi pieza favorita de su producción hasta ahora (simple y sencillamente hay que verla) y Lía Vallejo que continúa con su constante exploración personal a partir del performance.

Tenemos que poner los ojos en lo que está haciendo la EAT porque allí es dónde se está generando el diálogo, es el espacio que ha sabido responder y canalizar la energía del tiempo que nos ha tocado vivir hacia una producción contemporánea. Tenemos que acercarnos y trabajar en conjunto para generar nuevos espacios y comenzar a proponer salidas al estancamiento en el que las artes visuales han caído en el país.

No me queda más que aplaudir el esfuerzo y felicitar a todxs lxs nómadas de esta edición. Y sobre todo agradecer el enorme trabajo de Lucy y Lester.

A.

 

Instrucciones para lidiar con personas rotas

Lidiar con personas rotas es complicado, sin duda. Nosotrxs lo sabemos, sabemos que somos una carga difícil en muchas ocasiones para nuestras amistades, nuestras familias, nuestras parejas y cualquier otra persona que tenga que estar cerca nuestro.

Acabo de darme cuenta de que Robin Williams aparentemente se suicidó. A mi Williams me parecía un actor desesperante y honestamente no puedo decir que me duela su muerte, sin embargo el suicidio en sí es un tema que siempre me produce sensaciones encontradas. Y entonces, como siempre, aparece alguien que dice algo como «no entiendo siendo tan rico ¿por qué no solo se fue de vacaciones o a comprar cosas?»

Las personas depresivas, las personas ansiosas y básicamente las personas con cualquier tipo de enfermedad mental vivimos bajo el constante acoso de otras personas que son incapaces de comprender que nuestro problema no es que nos sentimos desanimadxs o que no hacemos un esfuerzo por mejorar. Para comenzar, aceptar que tenemos una enfermedad mental significa sobrepasar el miedo propio a definirnos como enfermxs, porque cuando alguien escucha enfermo mental inmediatamente piensa cosas muy desagradables. Luego de aceptar que tenemos un problema muchas veces nos toca convertirnos en la broma recurrente de nuestro grupo de amistades. Luego puede que algunas personas comiencen a preocuparse seriamente, intenten ayudar, se frustren y finalmente se cansen de nuestras actitudes tan negativas. Y allí es cuando llegan frases tan hirientes como «es que no puedo con vos y tu depresión. Vos no querés mejorar» Osea, es como si nos gustara ser así ¿verdad? como si nos sintieramos orgullosxs de estar deprimidxs todo el tiempo. Y siempre llega el momento en el que caemos a lugares tan oscuros que olvidamos como se ve la luz.

Dos de mis mejores amigxs me han hablado sobre sus planes de suicidarse. Ambas son personas a las que quiero tanto que es complicado mantener mis posturas cuando se toca el tema. Como muchas personas saben, yo abogo por el derecho a decidir de cada quien sobre su cuerpo y su vida. Entre otras cosas, me considero pro suicidio, creo que nadie tiene derecho a obligar a nadie a permanecer vivo. Pero cuando Daisy (una amiga cuyo nombre real no voy a usar por petición suya) me dice que ya no puede más y que realmente quiere suicidarse, entonces entro en conflicto. Amo a estas personas, pero también admito que tengo razones egoístas para sentirme conflictuado: después de todo, tener a otras personas que están tan rotas como vos siempre te ayuda, da un poco de esperanza o al menos un poco de comunidad.

Daysi recientemente estuvo a punto de matarse por accidente, por mezclar una medicina con alcohol. Si ella hubiese muerto, su ultima conversación hubiese sido la que mantenía conmigo en el momento que notó que algo no estaba bien. «Ni se te ocurra morirte» fue lo ultimo que le dije antes que se desmayara. Y no murió, por suerte, porque eso no era lo que ella quería en ese momento. Pero si un día definitivamente decide ponerle fin al viaje, si un día el cansancio es demasiado, si un día no encuentra las razones suficientes para darle a la vida un solo día más, espero que las personas a su alrededor sepan que esos fueron sus términos, como podrían ser los de cualquiera, como podrían ser los míos. Porque algo que muchas personas cuyas mentes están sanas no comprenden es que nosotros y nosotras merecemos respeto. Que no siempre todo va a estar bien, por el contrario, muchas veces y por periodos prolongados de tiempo las cosas van a estar muy mal. Así como usted no va a pedirle a una persona paralizada que se levante y camine, tampoco puede esperar que una persona con depresión «ya se anime». Usted no está obligado u obligada a quedarse allí soportándonos si ya le colmamos la paciencia.

No existen razones más válidas o menos válidas para deprimirse, como tampoco existen razones de mayor o menor validez para tener una gripe. Hay gente que no comprende como puedo ser tan infeliz siendo alguien que tiene tantas cosas de que alegrarse en la vida. No se trata de razones. No pueden forzarnos a mejorar, no pueden forzarnos a ser felices. Y si, sabemos que es difícil para ustedes pero les juro por Marx que para nosotrxs no es ningún paseo en la playa (que por cierto las playas me producen ansiedad, así que tal vez no sea la mejor analogía) Hay que vivir y dejar vivir y a veces, por difícil que sea, también hay que vivir y dejar morir.

ANDREA

«Una caja de zapatos puede contener una inesperada aventura, diez mil abandonados recuerdos, trescientos secretos cuidadosamente guardados, un par de anteojos, cartas de viejas amistades, fragmentos de collares o aretes o lápices masticados y papelitos atesorados al azar. Una caja de zapatos a veces puede ser también el lugar donde se guarda el universo.»  -Yo en otro blog hace dos años

Suele ser motivo de bromas recurrentes entre mis amistades el que mi vida ha sido de alguna forma una transición constante entre Andreas. Indudablemente es posible que necesite ayuda.

Todos los chistes aparte, lo cierto es que innegablemente he tenido el corazón alguito copado de Andreas que me han dejado de todo un poco, que me han hecho llorar buen rato, como bien les puede contar Mayra Oyuela que ha soportado grueso de mi lagrimeo, pero que fueron también compañeras con las que fuimos tanteando a ciegas mientras nos construíamos como personas y crecíamos. También hay Andreas que llevo en el corazón de otras formas, amigas aguerridas y llenas de verdades que han sido consejeras en momentos de tocar fondo y me han acompañado en los ratos de alegría.

Pese a todo el amor junto y acumulado entre ellas, nada se acerca a la persona que me dejó tatuado ese nombre en el alma: mi hermana.

El 28 de junio de 2012 es la fecha más dolorosa en la historia (cortita) de mi vida. Resulta que aunque el planeta Tierra sobrevivió al 2012, mi mundo ciertamente llegó a su fin ese día y de allí para adelante a tratar de construir mundos nuevos.

Muchas veces soy incapaz de pensar en otra cosa que la angustia de despertar repentinamente en el cuarto donde mi hermana moría, el dolor es demasiado. Posiblemente nunca pueda sacar de mi mente la imagen de mi papá, el estoico, el inderrumbable, cayéndose a pedazos con los ojos puestos en el reloj y una mano puesta en mi hombro. No puedo olvidar como el rostro de mi mamá perdió todo asomo de alegría a tal punto en aquel momento que uno podría creer que jamás volvería a sonreír. Nunca desaparecerá la imagen del desconsuelo absoluto de mi hermano menor, y nunca voy a olvidar tampoco como Osvaldo, ese que ha sido mi hermano mayor desde que nos conocimos hace 14 años, llegó para abrazarme en el momento que mi cuerpo y mi corazón no soportaron más y caí sentado en el suelo.

Después de ese momento, después de ese cuarto de hospital y ese pasillo, todo ha sido tratar de aprender a caminar de nuevo.

A veces pareciera que mis piernas renuncian y siento que no hay forma ni tiene sentido intentar volver a pararme. Entonces saco de un cajon en mi memoria aquella escena cuando Andrea, tras haber pasado tanto tiempo y tanta frustración en aquella silla de ruedas, se puso de pie un día al verme llegar a la casa. Ese día conocí el sabor de las lágrimas de alegría.

Cuando siento que no hay hacia donde ir, que vivimos realmente condenadxs, cierro los ojos y corro la película de todas las cosas que mi hermana hizo con su vida después de aquel día cuando creímos que había llegado al final del camino allá por el 98 o 99 quizá, la verdad que la memoria no me alcanza y bien podría ser cualquier otro año de nuestra infancia. La veo jugando con los perros de la casa y cuidando su huertita de tomates y fresas, la veo coleccionando cactus, corriendo y aprendiendo a hacer nudos con los scouts, la veo sentada en las piernas de mi tío que ya no está tampoco, atorada de la risa contando anécdotas sobre mi papá en la cocina de la casa de mi abuelo. La veo con Ela y Sonya, que tanto la acompañaron en sus ultimos años de colegio cuando todas sus compañeras y compañeros de grado tenían tan revueltas las hormonas que no se daban cuenta de que ella se quedaba dormida por las medicinas en su silla de ruedas afuera del aula. Jamás tendré suficientes palabras para agradecerles. También puedo verla reparando computadoras, televisores y radios. La veo entrando a la universidad y aferrándose con fuerza a su sueño de ser médica, la veo estudiando con mi papá en la sala de la casa. La veo diciendole a Iris que no fuera bruta y riendose con esa risilla pícara que tenía, o me la imagino riendo a carcajadas de todas las cosas locas que yo decía, riendo una y otra vez y diciendome: «que horrible sos Ariel». La recuerdo en las marchas con su pañoleta y su gorrita, tan pero tan pequeñita que nadie se daba cuenta que junto a nosotrxs caminaba una mujer gigante.

Se quedó 10 días corta de poder celebrar su cumpleaños como quería hacerlo ese año, cosa rara en ella. Pero aun así, en esos casi 20 años Andrea corrió lo que muchxs no correremos en tres vidas. Y  al final estaba cansada, realmente cansada de ya no poder seguir viviendo.

Han pasado casi dos años desde que me despidiera de ella aquella tarde antes de irme a Paradiso, contento de que estuviera reaccionando. Nunca me imaginé que lo que hacía era darnos a todxs la oportunidad de despedirnos. «Vuelvo al rato, te amo» le dije. Cuando regresé me quedé dormido en el sillón, sin saber que aquella iba a ser la ultima vez que iba a dormir tranquilo.

Poco a poco he ido aprendiendo a respirar de nuevo, a caminar de nuevo, y quizá un día también aprenda nuevamente como se duerme y como se sueña. Por ahora, cada vez que el dolor es mucho, me dibujo en la memoria la linea de su sonrisa, me concentro en el sonido de su voz, me veo en sus ojos de anciana sabia. Y cuando siento que aun así no puedo más, voy a la esquina y abro mi caja de zapatos, sacó la carta que llevo siempre conmigo y hablo una vez más con ella.

 

 

Pretexto para robarle un verso a Silvio

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Cuando hace un par de semanas llegué a Honduras no me esperaba encontrarme con un país tan desoladoramente distinto al que dejé hace apenas cinco meses. Mientras llegaba a San Pedro Sula, una señora en el bus traía tan alto el volumen de su radio que los audifonos bien podían haber sido bocinas. Fue así que pude escuchar la voz de un periodista de la globo que despotricaba contra el gobierno de Juan Orlando Hernández, pero sin que quedara muy claro por qué. Finalmente no pude sacar en limpio mucho, pero comprendí que se había reprimido alguna manifestación. Lo que no me imaginaba es que un rato más tarde, cuando finalmente pude acceder a internet, iba a toparme con las fotografías de Mel Zelaya con la cara roja y los ojos aguados por el efecto de los gases lacrimógenos. No me malinterpreten, que represión es represión, pero no niego que a Mel no le venía mal tener una probadita de lo que le ha tocado a la gente que ha resistido en las calles durante los últimos 5 años para que él ahora se siente en el congreso con toda comodidad.

Así me recibía Honduras, con imágenes de represión y sin muchas luces de esperanza. Al día siguiente emprendí camino hacia Tegucigalpa, la ciudad de todos mis amores, ese laberinto de callejones que parecieran ser portales interdimensionales, esa ciudad de plomo, esa ciudad de dragones. Pero esta vez, a diferencia de otras veces, sentí que regresaba a una ciudad que me recibía desconfiada y resentida. Siempre he tenido la idea de que a Tegus no le agrada dejar ir a nadie y siempre supe que si un día decidía irme todas las calles que una vez fueron mi casa me verían con desagrado y me echarían en cara el abandono. Incluso hace un par de meses cuando hice una breve visita a mi ciudad no sentí la agresividad que siento ahora. Nunca antes sentí miedo de cargar mi cámara conmigo todo el tiempo, pese a la paranoia de todas mis amistades. Siempre me negué a encerrarme en el miedo, pese a conocer el riesgo de esa decisión. Pero siempre sentí que la calle era mi cómplice, mi compañera y mi casa. Ahora siento su recelo bajo mis pasos, el recelo de un país entero que se hunde cada vez más en la desesperación.

Al llegar al congreso me encontré con un cerco militar espantoso, mientras quizá unas 100 personas se encontraban en la plaza la merced entre compañeros y compañeras que se encontraban alli ayunando, compas que andaban acompañando y algun@ que otr@ amig@ periodista. Me acerqué a la cerca y dirigí mi cámara a los rostros de los militares, y recordé ese escalofrío recorriéndome la espalda en el entierro de Pedro Magdiel, cuando ante mi pequeña cámara uno de los uniformados levantó su fusil hacia mí en actitud amenazante. Y cuando vi a mi alrededor comprendí por qué aquel miedo espantoso había vuelto de golpe: me encontraba allí solo. Mis amigos y amigas, mis compañerxs de organización, mis familia no se encontraba conmigo en ese momento. Muchxs tan lejos que océanos nos separan, algunxs como yo autoexiliadxs pero incapaces de movernos demasiado lejos, otrxs dispersos por el país trabajando en tratar de construir pequeños faros de luz en medio de una oscuridad que amenaza con tragárselo todo. Por primera vez en los últimos 5 años volví a sentirme completamente solo, aislado, desorganizado, ignorante de la situación. Esa realidad me golpeó como un ladrillo en la cara.

Hace unos días acribillaron a balazos a tres personas en el price smart de San Pedro, así como si nada en plena tarde. Hoy le prendieron fuego a un bus en un boulevard de Tegucigalpa. A diario veo las actualizaciones de facebook de tantas personas que anuncian muertes y más muertes, como si la muerte hubiese decidido tomar un puesto permanente en Honduras. Y ante eso la gente pone rejas en sus barrios, se encierran en su miedo mientras lo que queda de país es ocupado por un estado militar al que cada vez le queda menos del barniz resquebrajado de democracia. Honduras es un estado que abiertamente en guerra, nos ha declarado la guerra a todxs lxs que nos atrevamos a querer sembrar vida en una tierra reclamada por la muerte. En apenas cinco meses este gobierno ha instaurado una dictadura del miedo, una dictadura que pareciera no va a permitir que la mínima esperanza florezca. Me rompe el corazón no estar allá, me rompe el corazón no tener ahora más para dar que estas palabras. Y fuerza a quienes aun pueden sonreír, en medio de la muerte… en plena luz.
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Personajes celebres: Otowilches

La primera vez que vi a Raúl fue cuando entré al cuarto en medio de una fiesta en mi apartamento. Raúl estaba cuidando a Owen, el hijo de Camila y Oscar (sí, el mismo Owen que perdimos cuando Camila estaba en Mozambique). En esa ocasión intercambiamos un par de palabras y quedamos de pasarnos fotos de fotógrafos interesantes (él tenía una base de datos impresionante). Nunca hicimos el dichoso intercambio.

Nuestra amistad, sin embargo, comenzó cuando AenR nos envió a Guatemala bajo la falsa promesa de participar en Bailando por un sueño CentroAmérica. ¡Oh boy what a mess! Nadie sabía el pozo de maldad que estaban destapando.

Es difícil hablar sobre nuestra relación sin exponer mucho de una persona que es considerablemente reservada de si misma. Claro, Otowilches es una figura pública y celebridad del internet ampliamente conocido por su propensión a pelearse con gente como Paulo Coelho y su horda de fans trolls. Pero la persona a la que yo conocí y con la que compartí todo tipo de locuras es sin duda un hombre de muchas capas.

Recuerdo el día en que nos intentamos beber un guaro brasileño extraño que Roberto tenía en su apartamento (aquella cosa era criminal, y nos la tomamos en shots con limón como si fuera tequila) mientras veíamos Daria e intermitentemente teníamos breves conversaciones con el corazón en la mano. En esos días escribimos nuestras ultimas entradas juntos en ese blog del mal que nos volvió infames para muchxs. Las crónicas del fin del mundo fueron realmente el ultimo empujón hacia el precipicio del carro que habíamos ido conduciendo sin control durante los últimos meses.

Como suele suceder cuando una pareja se separa, Raúl y yo pasamos por una etapa bastante difícil en la que incluso me hice acreedor a una de las famosas sillas en la fila interminable de Oto. (_/_/_/_/_/ tomá una silla y sentate a esperar a que me importe). Uff, los niveles de pasivo/agresividad a los que llegamos en esos días fueron heavy shit.

Cuando veo los últimos años en retrospectiva y veo lo mucho que hemos crecido desde entonces, cuanto hemos madurado y el tipo de vidas adultas que llevamos ahora tan lejos de esos cipotes frescos como lechugas y suicidas hasta los tuetanos, sinceramente siento ganas de revivir el blog (jajaja). Mentira, la verdad es que aunque extraño esa vida, disfruto mucho de la amistad respetuosa y adulta que tenemos hoy, sin descartar que de vez en cuando podamos ponernos autodestructivos y tener fiestas apocalipticas.

«-Maje, tenés que prometerme que si hacemos esto, vamos a seguir juntos hasta el final, porque vamos a quemar todos los puentes.

– Ahuevos, nos hundimos juntos hasta el final»

Hoy es un honor para mí otorgar la lechuga de oro especial por su carrera y trayectoria a uno de los escritores más talentosos que he conocido, al dropout más exitoso y con la actitud más «in your face» hacia el sistema de toda Honduras y mi queridisimo amigo 😉

Felices 25 gurl.

 

Ma

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Escribir sobre mi mami es una cosa que siempre se me complica. Primero que todo porque chocamos mucho (ella choca hasta con árboles mientras se parquea en una calle vacía 😛 ) así que a menudo termino hablando más de esos momentos conflictivos que cualquier otra cosa.

Hoy particularmente quiero hablar más a profundidad sobre mi relación con mi mami, no porque el día de la madre sea algo importante para mí, sino porque esos detalles son importantes para ella. Porque si, resulta que efectivamente mi relación con ella, como muchas relaciones en la vida, está llena de contradicciones y, como en toda relación, hay que aprender a ceder a veces.

Ceder… ceder suele ser una cosa complicada para las madres, por razones culturales y estructurales suele pasar que las mamás tienen una particular dificultad al momento de ceder ante la idea de que uno crezca. A mi mamá le ha tocado duro conmigo en ese aspecto, bastante duro. Así que hoy haré un esfuerzo por ceder yo.

Hay una línea de Mafalda que me encanta, cuando en una discusión con su madre sale el tan conocido argumento de «Porque te lo digo yo que soy tu madre» a lo que la siempre astuta Mafalda contesta: «Si es cuestión de títulos, yo soy tu hija, y nos graduamos el mismo día». Efectivamente, mi mami y yo nos graduamos el mismo día, fui el primero de tres, y por si faltara más también el más problemático. Algo que he mencionado muchas veces es que crecí rodeado de amor. Algunos de los recuerdos más claros que tengo de mi infancia se componen del sonido de la voz de mi mamá cantándome. «Te quiero, te quiero, eres el centro de mi corazón. Te quiero, como la Tierra al Sol» (Literalmente esa canción me acaba de hacer llorar). También recuerdo cuando nos cantaba «Los cochinitos ya están en la cama, muchos besitos les dio su mamá…» (en su versión Ariel soñaba que era rey, supongo que nunca fui precisamente humilde jaja). Y debo decir que la mitad de mi capacidad para hablar con facilidad se la debo a ella, que desde muy pequeño me enseñó que «eso es una puerta, eso es un perro, ese es el cielo, el cielo es azul y esas son nubes, las nubes son blancas…». No hay duda de que su compañia durante mis primeros años también tuvo una gran influencia en mi enorme curiosidad y muchos otros aspectos de mi carácter. Ella me enseñó a no quedarme callado ante las injusticias, me enseñó a luchar.

Desde luego, y como bien saben porque lo he hecho publico, esa relación, como todas, ha tenido sus dolores de crecimiento. Eventualmente, y con mucho sufrimiento, mi mamá ha visto como me suelto de sus manos y empiezo a caminar hacia mi propia vida. Y no dudo que ha sido difícil, como ha sido difícil aceptar que aunque nos amamos mutuamente, lo cierto es que no congeniamos mucho. No podemos vivir juntos, porque no nos soportamos mucho. Y hoy debo admitir mi parte de responsabilidades en el asunto:

Para bien y para mal, mi relación con mi mamá es la que más ha puesto a prueba todas mis búsquedas y discusiones políticas, particularmente en el apartado de mi constante replanteamiento de la idea de la masculinidad. Posiblemente la relación con la madre de uno/a sea la relación en la que más cuesta deconstruir todos los patrones patriarcales en las formas de interacción, puesto que justamente la figura de la madre es el centro de la construcción patriarcal en muchas formas. La estructura patriarcal blinda la figura de la madre con un manto sacro, porque es ella quien tiene asignada la tarea de comenzar la reproducción del sistema de ideas. La madre cuidadora, la madre siempre preocupada por uno, la madre sacrificada, etc. Y nos acomodamos a esa visión de madre, la exaltamos. Y sin importar cuanto nos aprendamos nuevas formas de discurso, con la mamá a la que tanto amamos y exaltamos, nos comportamos como patanes.

Quebrar los comportamientos machistas en mi relación con mi mamá es algo que me reta constantemente. Cuando estoy en mi casa me vuelvo casi un inútil, muchas veces espero que me hagan la comida, no cumplo con ninguna labor domestica, etc. Y son patrones de comportamiento que tanto ella como yo perpetuamos, por un lado porque ella cree que no puedo hacer nada bien y por el otro porque yo me acomodo a esa noción, porque es fácil, porque es más fácil decir que ella tiene un carácter imposible que tratar de poner todo el esfuerzo que conlleva tratar de construir relaciones más equitativas y respetuosas. Y cuando tratamos de mejorar esos y otros aspectos de nuestra relación, nuestras personalidades explotan como bomba nuclear, así que simplemente volvemos a jugar nuestros roles.

Nunca me he preguntado si mi mamá decidió serlo, pero espero que así haya sido, que haya tenido la oportunidad de decidir. Indudablemente su maternidad ha sido un ejercicio político complicado, donde se ha encontrado con infinitas contradicciones. Mirna no es perfecta, es profundamente humana y por lo tanto está llena de conflictos y desencuentros. Mirna no siempre está feliz, muchas veces toma decisiones egoístas, tiene un caracter difícil y a menudo cuando quiero hablar con ella dice las cosas más inapropiadas y termino sintiendome peor. Y todas estas cosas hacen que muchas veces piense que mi mamá no sabe ser mamá (porque si, yo también soy humano y estoy lleno de conflictos y caigo en contradicciones). Pero justamente eso es lo importante de todo esto, justo el punto al que siempre vuelvo a caer y que me muestra lo mucho que me falta por crecer y trabajar: quizá mi mamá no sabe ser mamá porque en el fondo sigo pensando que una madre debe ser esa figura abnegada y perfecta. Antes que madre, mi mami es Mirna, la mujer, la persona. Ser madre no es su trabajo ni su obligación, es su decisión, y tiene derecho a practicar su maternidad no desde lo que la sociedad espera, sino desde quien ella es, con sus contradicciones, con sus conflictos, con su humanidad. Eso es lo mejor que mi relación con ella puede dejarme, y por eso estoy agradecido de tener una madre que me llenó de amor, que me ayudo a crecer pero que nunca se convirtió en una idea romantizada. He tenido la oportunidad de caminar junto a ella, de luchar junto a ella, de separarme de ella, de luchar por mi derecho a pensar distinto a ella, hemos caído en desencuentros políticos gigantescos a lo largo de los últimos años, hemos peleado y nos hemos reconciliado. A pesar de todas nuestras diferencias, tanto ella como mi papá me han apoyado en todas mis decisiones y han intentado respetarme como yo he intentado respetarles a ellxs.

Así que, para cerrar esta reflexión un poco caótica (como yo mismo) quisiera decirle a mi mami que pienso que es una mujer brillante, que lamento que no haya podido hacer muchas cosas que alguna vez soñó pero que aun tiene tiempo, que su vida no se ha terminado ni se terminará cuando Diego se vaya de la casa. No celebro el día de la madre, pero si celebro a mi madre, y la relación que tengo con ella.

Yo también la quiero como la Tierra al Sol.

Posicionamiento Altamente Explosivo (PAE)

Honduras es un no-país. Por eso el no-estado defiende a las no-personas, porque para el no-gobierno las personas, las personas vivas, las personas existentes, non valemos nada. Menos aún las mujeres, cuyas vidas valen menos que las no-vidas.

Convertir las discusiones sobre temas concretos en discusiones sobre gente imaginaria es una costumbre eterna de lxs «pro-vida», o cualquier otra denominación que puedan darse esa manga de retrogradas anti-abortistas, enemigxs de la anticoncepción de emergencia, promulgadores y promulgadoras de morales torcidas y otras cosas insultantes que no diré para mantener este post en una clasificación PG-13.

A la gente que se opone a que las mujeres puedan decidir sobre sus cuerpos les encanta hablar de lxs no nacidxs. Lxs no-nacidxs son no-personas, no-seres. Son como dios: solo existen en la imaginación de quienes deciden creer. Y digo, todo bien si usted quiere creer que un hombre barbudo, un elefante o un plato de spaghetti volador creo el universo y quiere que vivamos bajo ciertas reglas, pues felicidades y buena suerte. El problema fundamental en todo esto es que: usted no tiene derecho a decidir por otras personas (y mucho menos en representación de las no-personas, que al ser inexistentes obviamente no tienen posición en el asunto).

La maternidad y la paternidad son una responsabilidad tremenda (de la que mucha gente efectivamente huye). Una responsabilidad tan tremenda que nadie debería tomar por obligación.

Estoy harto de tener discusiones ridículas sobre si las PAE son abortivas (QUE NO CARAJO) pero no solo porque es una discusión ridícula, sino porque (acérquense que les voy a susurrar un secreto): -El aborto también debería ser un derecho (y un izquierdo)-

No se trata de que si las PAE le escandalizan o no, que allá usted si quiere pretender que entre las piernas todxs tenemos la anatomía de una Barbie y un Ken. Se trata, querido y querida, de que la gente debería tener un derecho esencial y tan tan sencillito que me parece surrealista que a tanto energúmeno le cueste entenderlo: el derecho a decidir sobre su propia vida. Todos y todas deberíamos poder decidir si queremos o no queremos tener hijxs, si queremos o no queremos casarnos, si queremos o no queremos ir a otros lados del planeta, si queremos ponernos faldas o pantalones, si queremos tatuarnos y perforarnos, si queremos cambiar nuestros cuerpos para que coincidan con nuestras identidades, etc. Porque sus leyes, sus prohibiciones, sus dioses, sus estados son todas producto de la imaginación y la moral torcida de otros. Usted tiene derecho a no usar anticonceptivos si no quiere, tiene derecho a no abortar si no quiere, tiene derecho a no pensar si no quiere. Pero no tiene derecho a impedirle a otr@s que piensen, no tiene derecho a impedirle a otr@s que usen el método anticonceptivo de su predilección y no tiene derecho a impedirle a otras que aborten.

Hace poco más de dos años, en febrero de 2012, trabajaba junto a una reportera en una nota sobre el incendio de la penitenciaria de Comayagua. Es interesante que, al ver atrás, el día del incendio yo escribí un pequeño post sobre como tanto la situación de la penitenciaria como la situación de las PAE (que no es que este tema venga a aparecer ahorita pues) son  situaciones que responden a una política de violencia estructural desde el no-estado hacia la ciudadanía. Se nos niega el derecho a vivir y se nos niega el derecho a decidir cómo vivir. Al llegar a Comayagua y comenzar a hilar las historias de lxs familiares de las victimas, una constante saltaba fácilmente a la vista: mujeres con más hijxs de los que pueden mantener, mujeres con hijas adolescentes cargando a sus hijas que al llegar a adolescentes también tendrán sus respectivas hijas que a su vez repetirán el ciclo hasta el cansancio. Niñas criando a otras niñas dentro de las casas de sus madres que también son un poco niñas porque se les ha negado la posibilidad de vivir. Mujeres que se resignan a asumirse maquinaria de la reproducción.

En Honduras tenemos que perder el miedo a reclamar fuerte y claro. Hablemos fuerte no solo sobre PAE, hablemos fuerte sobre aborto, y sobre todas esas cosas que laceren las morales de quienes creen que pueden delimitarnos el mundo y delimitarnos la vida.

No tengo demasiado que decir, porque la voz de quienes llevan años en esta lucha es bastante clara. Yo no tengo más que sumar mi voz a la de Regina, a la de Gaby, a la de Karla, Helen, Sara, Andrea, Claudia, Gilda, Ana, Neesa, y demasiadas otras compas como para que quepan en un blog. Sus cuerpos, sus decisiones. Todo mi amor para ustedes, atajo de brujas.

PS: El título no tiene ningún sentido especifico, solo quería escribir PAE 😛

 

 

La paternidad como ejercicio político

Mi viejo era un joven aventurero, le gustaba viajar y trabajar en comunidades, meterse a la montaña a caminar, dormir en cementerios, fotografiar caminos, vivir secretamente en centros de salud en lugar de buscarse una casa, coleccionar huesos de animales y otras cosas raras. Además de eso era un estudiante muy comprometido con su carrera y con su organización.

Entonces llegué yo, y en el curso de cuatro años llegó mi hermana, murió mi abuela, llegó mi hermano y también la leucemia de Andreita.

En ese periodo de tiempo tuvo dos oportunidades de irse a continuar sus estudios a Europa. Y así ha tenido muchas otras oportunidades en el curso de estos ultimos 24 años. Sin embargo al sol de hoy nunca lo escuché quejarse de no haberlas tomado, nunca lo escuché reclamar por la vida que cambió por quedarse en casa. Nunca lo vi manipular con amenazas y culpas.

Cuando yo era un bebé mi papá y mi mamá se pasaron a vivir a un apartamentito donde todo lo que tenían era la cama, una mesita de sala que hacía las veces de comedor, algunos cojines y una estufita de gas que salió de algún laboratorio. La primera vez que mi abuelo materno nos visitó allí se horrorizó al encontrar a mi viejo lavando unos pañales (¡que eso es trabajo de mujeres!) No recuerdo haber escuchado nunca en mi casa que cualquier labor domestica fuera «trabajo de mujeres». Creo que pocas personas pueden decir, como yo, que estuvieron tan rodeadas de amor en su infancia. Mi mamá siempre me llevaba de un lado a otro mostrándome y nombrándome el mundo: «esto es una flor, esto es una puerta, esto es un perro, eso es el cielo». Mi papá me cantaba para dormir y siempre me leyó cuentos. Tras vivir un tiempo en casa de mis abuelxs paternxs, nos mudamos a la Leona, un barrio que para mi siempre será mágico pues allí crecí en el ambiente más hermoso que uno pudiera imaginarse. Ese año entré a la escuela, y todos los días caminaba con mi viejo hasta el centro a tomar un colectivo, luego él me dejaba en la puerta de la escuela y se iba a su trabajo. Siempre estaba esperándome a la salida. En esos primeros años de escuela tuve mis primeras «grandes» conversaciones con el hombre en cuyos pies me paraba para dar mis primeros pasos. Me enseñó a siempre decir buenos días y buenas tardes, a respetar a la demás gente y ser siempre amable, pero no tonto. Me enseñó que uno debía caminar con la frente en alto y no bajar la mirada ante nadie. También me enseñó el valor del silencio, de saber cuando y donde decir las cosas. La escuela no era un lugar genial para mi, obviamente era el blanco perfecto de todo tipo de bromas pesadas. Pero en casa teniamos a una paciente de cáncer, había cosas más importantes que esas cosas que a mi me pasaban en ese mundo extraño de los niños y las niñas, pero esa es otra historia para otro momento.

Aprendí a leer y escribir antes que lxs demás niñxs, y en casa siempre me enseñaron el valor de la lectura, del análisis y la crítica. A la mayoría de mis compañeros y compañeras les daban regalos cuando sacaban notas altas. Yo llevaba promedios de 98 a 100, en casa solo se recibía reconocimiento. Pero cuando por primera vez me fue mal en una clase, a diferencia de los rotundos castigos a los que se veían sometidas las demás personas en mi clase, yo solo recibí una charla sobre responsabilidad y esfuerzo. No voy a mentir y decir que mi papá y mi mamá nunca me pegaron, quisiera decir que fueron perfectxs, pero no fue así: me pegaron una vez cada un@.

Mi papá siempre estuvo en casa por las tardes para ayudarnos con las tareas y cuando tenía 7 u 8 años empezó a darnos clases de pintura a mi hermana y a mi. Todos los días a las 4 o 5 (no recuerdo bien) de la tarde comenzaba la clase. Aprendí la importancia de la puntualidad y siempre fui estimulado a desarrollar mi creatividad.

Siempre me dijo que si yo no quería seguir estudiando era mi decisión, pero debía hacerme cargo de ella. El día que me fui de casa y dejé la universidad, no recibí más que buenos deseos (y desde luego mucha preocupación). Cuando tuve que volver a casa y a la universidad, no hubieron frases del tipo «te lo dije», ni ningún tipo de incomodidad más que la que yo mismo me generaba.

Durante mucho tiempo viví presionado por las expectativas que yo creía que mi papá y mamá tenían sobre mi, hasta que entendí que todo lo que hacia era huir de mi propio miedo al fracaso. Entonces decidí venirme a vivir a Guatemala y perseguir una carrera en lo que amo hacer. Mis viejxs me apoyaron desde el primer día.

Hace poco menos de dos años, un tiempo después de la muerte de mi hermana, durante el ataque de pánico más terrible que haya tenido estuve a punto de desmayarme en un restaurante. Mi papá me tomó del brazo y me llevó afuera donde me senté en el piso a llorar desesperado, hasta que me calmé. Luego vinieron sus palabras, compasivas, sencillas, profundas y sabias: «Pones demasiado peso sobre esos hombros tan jóvenes. No estás solo» y entonces me habló sobre mi hermana, sobre mi, sobre Diego, sobre mi mamá y sobre él y su dolor, sus miedos, sus responsabilidades. Entonces comprendí que estaba bien hablar sobre mis propios miedos y mis propios dolores, comprendí que no por hablar de mis propios problemas era un mal hijo. Entonces fue cuando comencé a comprender que no había nada de malo o injusto en comenzar a hacer mi propia vida.

Tengo la suerte de tener un padre que comprende mis problemas de ansiedad y depresión en tal medida que es capaz de salir de una sala de cine a media película conmigo, a acompañarme y hablarme mientras me calmo en medio de un episodio ansioso. Sin alterarse, sin espetarme que sea hombrecito, sin molestarse porque aun a mis 23 años tiene que perderse media película porque yo le pido que me acompañe al pasillo. Así como cuando tenía 10 años se pasaba noches enteras en vela sobándome los  pies cuando tenía esos dichosos «dolores de crecimiento», ahora, casi 15 años después puede quedarse horas hablando conmigo en una computadora porque también en esta fase de vez en cuando crecer me trae dolores y miedos.

Al preguntarle si no desearía haber podido seguir viajando, haberse dedicado a algo que disfrutara mas, haber alcanzado todo su potencial, su respuesta es «He vivido una buena vida. He conocido lugares y personas de todo tipo. Lo mejor que yo puedo hacer, por mí, por este país, es hacer todo lo posible porque ustedes sean felices, piensen con sus cabezas y encuentren sus caminos. Hay cosas que quisiera haber hecho, pero soy feliz con lo que si hice»

Porque las relaciones personales son un ejercicio político. Porque la paternidad es un ejercicio político cotidiano y constante. Porque el amor y la ternura son acciones políticas. Porque hay muchos que quieren cambiar el mundo sin cambiar sus casas, sin cambiarse a si mismxs, yo celebro tener al padre y a la madre (a quien ya le tocará su propio post, que también hay mucho que decir) que tengo, la mejor escuela política que pude tener al caminar hacia la vida adulta. Hoy en día vemos muchas cosas de manera distinta, pertenecemos a tiempos y líneas de pensamiento distintas, pero justamente gracias a ellxs no tengo miedo de elegir mi propio camino aun a pesar de lo que ellxs mismxs deseen o desearían para mi.